lunes, 16 de diciembre de 2013

No hay más puchos. No hay más puchos hasta nunca más. Habrá que salir a buscar un nuevo vicio, piensa mientras se saca la remera sucia, habrá que salir. Piensa en los chicles… pero los chicles… volver al vicio de los 11 años donde comía más chicles que otra cosa era absurdo. Planta baja. Hay que salir, se dice bajito, mientras mira al sol a través de la puerta de vidrio, incandescente. A veces le costaba tanto dar ese paso para salir. Salía porque en casa ya no era más seguro buscar vicios, y además, porque, por otra parte, ya no quedaban más vicios que tomar. Todos estaban usados, desgastados, algunos terminaron siendo el cliché de algunos los vecinos, otros… otros se volvían aburridos. A fuera había más variedad, pensaba mientras cerraba la puerta. Pero eran las 3 de la tarde y con el sol que ardía tan fuerte el barrio parecía un desierto, una lástima pensó, mientras se sentaba en las  escaleras del patio. No había nada. Caminó hacia el estacionamiento, un tipo estacionaba un auto nuevo, el sol hacía resplandecer aún más el rojo vivo, lo miró atentamente a cierta distancia. El hombre que se bajó estaba vestido de seguridad, no se distinguía el logo de la empresa. Se levantó y empezó a caminar, por la calle circulaban algunos autos. Vio a un tipo con barba, sonrió al imaginarse la posibilidad de viciarse con los tipos con barba, el tipo la miró y le devolvió la sonrisa. Sonreía lindo, y la barba le quedaba bien, pero no se detuvo a saludarlo, ni a preguntarle el nombre, ni a ninguna de esas cosas que siempre la dejaban con ganas pero no, no se acostumbra a saludar gente desconocida por la calle. Una lástima. Pensó en todos los tipos con barba que le gustaban. Uno por uno. Empezó a sentir la transpiración debajo de sus axilas que mojaban la remera negra, el ambiente estaba denso. Se arrepintió de no haberle hablado al tipo de barba, pensó en volver, después se acordó que la gente que camina por la calle tiene una vida, además de caminar a esa hora por ese lugar, por lo que le resultó absurdo volver y siguió caminando. Pensó en comprar cigarrillos, solo uno, como de despedida, pero a esa hora y con ese calor, y mejor buscar otro vicio. Aunque un fumador no lo deja nunca porque un fumador es un fumador al fin y al cabo, como decían en alguna película. Una lástima. Se tiró en el pasto de la plaza. Hola perro, le dijo mientras lo acariciaba. El calor la agobiaba.
Volvió al estacionamiento, sacó las llaves, ralló el auto del guardia. Una línea plateada resaltaba en el rojo resplandeciente. Se sentó en el cordón, un poco arrepentida. No sabía por qué había hecho eso, no era envidia. Tal vez su odio generalizado a todos los ‘’seguridad’’  y policías. Seguro era eso. Una lástima por él, dijo metiendo la cabeza en las rodillas. Mientras miraba el pavimento pensaba en un buen vicio para matar la siesta. Se empezó a marear, en la boca empezó a sentir como se le acumulaba la saliva, escupió, sentía que iba a vomitar; se acostó sobre si misma respaldándose en el cordón.

Qué absurdo, pensó, que haya salido a buscar un vicio mientras generalmente son los vicios los que lo encuentran a uno. Qué absurda mi idea de salir a buscar algo a lo que me pueda atar para desatarme a otra cosa. Y sin querer es lo que hacemos siempre, se decía a si misma mientras miraba su propia saliva. Qué absurda es esta necesidad de dependencia, sino es de una cosa es de una persona, y que absurda es, aún más, la necesidad de remplazar pero nunca soltarse de la mano. Se reía con la boca llena de espuma. A veces el calor la hacía pensar cosas absurdas.

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