lunes, 27 de octubre de 2014

Cuando el día se prestaba para llorar, salía a la escalera del patio delantero a ver pasar los autos, al lado de la gata, que se subía a sus piernas tiernamente y ronroneaba; y pensaba, y divagaba, y soñaba, y se reía internamente de su pésima condición de ser humano, de su pequeña parcialidad, levedad, brevedad. Y si acaso sonara el teléfono, seguramente llamaría el contestador ‘’Señor cliente, le recordamos…’’ cortaba, con decepción, de sí mismo tal vez, por haber esperado que quien lo llamare hubiese sido alguien de verdad. Pero internamente sabía triunfaba porque siempre sucedía lo que internamente pensaba que iba a suceder, e internamente no esperaba nada, no esperaba que le llamara otra voz que la de un contestador automático. Y vamos. En medio de cigarrillos que provocan tos y náuseas, adornos que se caen solos dentro de la casa, empatía hacia las cosas que no podían provocar nada más que eso. Y la triste hostilidad a todo lo demás. El recuerdo de las cosas buenas, la paz con las cosas que pudieron ser. Y vamos. Un CD post punk sonando bien fuerte, esos eran los que le tocaban el pecho, y se lo habrían. El placer tan desgarrador del dolor. Y vamos. ‘’Anfibia soledad, la de estar despiertos’’ algo que no sabía si era propio o lo había anotado en un cuaderno al azar, como se anotan las citas de quienes no sabemos nada, pero nos escriben. Y vamos. El emparentamiento con todos aquellos que murieron, pero viven sus libros. El divorcio con todo lo propio: la familia, los amigos. Y vamos. Las series que no complacen, las películas que todavía no vio, las cosas que no escribió y las que nunca va a leer. Porque la vida es corta y las bibliotecas muy grandes. Y vamos. La gramática y demás pragmatismos que uno no sabe para qué pueden llegar a servir cuando el alma se te desangra adentro, y  las palabras y las cosas se van dañando con el tiempo, y el silencio se llena de más huecos, y las letras se van alternando para llenarlos, porque es lo que hacen las letras, o intenta que hagan, llenar el adentro, pero por qué, se preguntaba empecinado. Y vamos.